jueves, 30 de marzo de 2017

TOP CHEF IV (segunda parte). “COGE TUS CUCHILLOS Y VETE. RECOGE TUS CUCHILLOS Y APUÑALA“

Ayer volví a asumir la contradicción de visionar el episodio semanal de este “reality show cooking”. Presento en mi defensa, como ya comenté en la entrada anterior, que lo hice de forma intermitente. Me recuerdo a mí mismo, de pequeño, delante del televisor en blanco y negro, con los ojos tapados, sufriendo la experiencia de ver una película de terror. Cosa que no he podido realizar ni siquiera de adulto. Lo reconozco soy un cagado, aunque prefiero entenderlo como producto de mi gran capacidad de empatía.

Sea como fuere, entre las rendijas de mi “mano-zapping”, ayer ratifiqué el carácter inhumano de esta manera de entender la cocina, a través de un hecho con una gran potencia simbólica: la expulsión del concursante Manuel Núñez, y la repesca de Melissa Herrera.

El primero, aparentemente (y subrayo esto porque uno no puede fiarse del todo de lo que se trasmite a través del filtro televisivo) un cocinero sensible, constructivo y, que se reconocía, sufriente por su autoexigencia. Sus palabras, recogidas en el Facebook, ayudan a entenderlo: “He intentado mantenerme fiel a mis principios personales y profesionales más allá del resultado, del desgaste emocional y de saberme en un medio que funciona con códigos diferentes a la cocina…

En el otro extremo del ring (o al menos así creo que lo vive ella), Melissa, una cocinera, aparentemente, competitiva, destructiva en cuanto sus comentarios hacia los demás, y cuya exigencia se manifiesta en una compararse de manera permanente con sus adversarios.

Soy consciente de la marginación que sufren las mujeres en la alta cocina, como un reflejo más del machismo imperante en la sociedad; pero precisamente la imagen de un cocinero con sensibilidad emocional expulsado, y una cocinera con una actitud competitiva repescada, más que ayudar a romper las cadenas atávicas machistas, no hacen más que fortalecerlas.

Porque si algo nos ofrece la cocina es la posibilidad de constituirse en un espacio alternativo para entendernos a nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás. Como señalo en la publicación de referencia de este blog:

Coincido con Laura Esquivel cuando nos invita a volver a nuestros orígenes: “Tal vez la única salida que nos queda es rescatar el fuego civilizador y convertirlo nuevamente en el centro de nuestro hogar. Reunámonos junto a él para reflexionar sobre nuestra relación íntima con la vida. Recuperemos el culto a la cocina, para que dentro de ese espacio de libertad y democracia, podamos recordar cuál es el significado de nuestra existencia” (citada por Lourdes Ventura en el prólogo del libro “Como agua para chocolate”).
Frente a la concepción alienante de la cocina como un espacio femenino con una gran carga de exclusión y renuncia (la mujer a la cocina), reivindicamos el lugar de los fogones y los calderos como un contexto subversivo en el que, a través del esfuerzo por saciar el hambre de los otros, la nutrición se convierte en un ritual metafórico donde alimento y afecto se vinculan para sanar a la humanidad.
El primer acto de relación entre el recién nacido y su madre es colocar al bebe cerca del pecho para activar el reflejo de succión. Venimos preparados para alimentarnos de nuestra procreadora, pero si vamos más allá de este acto de dar de comer, observaremos lo que significa en su profundidad esta “primera vez”: aceptación, amor incondicional, cariño, protección, placer,… En resumen, felicidad.

Si me lo permites Manuel, un consejo. Si hay una nueva repesca, no te presentes. Por lo que he podido ver de tu interior, eso no va contigo y sufrirías en tu alma los cuchillazos emocionales de una manera de entender la cocina que poco tiene que ver con lo humano y con el fin de nuestra propia humanidad que no es otro que "aprender a ser felices".


1 comentario:

  1. Yo no sé cocinar, me he dejado "echar de la cocina". Tampoco es algo que me guste demasiado, lo de comer y lo de dar de comer. Yo soy más como Machado "yo amo los mundos sutiles,
    ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón".

    Por eso y por la eutopía, ese tipo de programas no los veo. Creo que en ellos un "yo" se enfrenta y pone en frente a "un otro" al que se dirige sin respeto, paciencia, cariño y compasión. Esa forma de comunicarse genera y transmite una cultura individualista y dualista a la que no quiero pertenecer. De hecho trato de construir una realidad más colectiva, colaboradora y cooperativa.

    Por eso y porque creo firmemente que las personas en general no merecemos ese trato, es por lo que me niego a verlos. Me bastó ver en una ocasión 10 minutos de ese programa para darme cuenta de los valores que transmite.
    Bueno, ahora me voy a comer, que quien me da de comer acaba de terminar de cocinar

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